dilluns, 15 de desembre del 2008

ESTAQUIA, EL CARTERO Y LA PERRITA ( 4 pag. 6minutos)









EUSTAQUIA, EL CARTERO Y LA PERRITA

Eustaquia es una mujer de mediana edad, extravertida y redonda como una peonza, es amable, comunicativa y viuda desde hace unos ocho años. Su atractivo es el que le da su carácter comunicativo y alegre. Su forma de vestir la hace atractiva a los ojos de los hombres que la ven sexy aunque ella se presenta muy reservada delante de ellos. La gente de su entorno que la conocen de siempre han apreciado un cambio substancial en ella, por qué no se da a los demás ni confía en ellos. Casi una contradicción con su forma de ser y su carácter.

Vive en un caserón antiguo. Estrenó el piso de recién casada donde vivió con su marido hasta que falleció. Ahora vive con sus recuerdos, nostalgias y las carencias emocionales. En el fondo deseaba parecer diferente después de la muerte de su marido y por ello dejó de ser comunicativa y se volvió reservada dando la impresión que se había vuelto introvertida y huraña. Pero la realidad también era que vivía momentos cruciales y de soledad, con brotes de ansiedad que tenía especialmente cuando llegaban los cambios de estación, la primavera y el otoño. Días nostálgicos y depresivos que la conducían al abandono de su persona y al recogimiento.

Pimpín era una perrita nerviosa, chihuahua, diminuta, enana a su lado y fiel a su dueña. Con el paso de los años se había vuelto su fiel compañera, a quién dirigía sus sentimientos afectivos proyectándolos a su perrita “Pimpín”.

Emilio, era el cartero que en su infancia fue compañero de clase de Eustaquia. Era un hombre delgado, introvertido, sensible, que en sus ratos de ocio se dedicaba a componer versos de amor y erotismo lírico que compartía con su amiga Eustaquia, en algunas ocasiones. Emilio, estaba divorciado de su esposa por incompatibilidad de caracteres, porqué ella, era una mujer muy activa y deportiva, la poesía y el deporte no siempre siguen un mismo derrotero, así que como diría cualquier buen sicólogo era un fracaso cantado a primera vista.
Emilio, ahora también vivía sólo y se distraía haciendo versos y escuchando música clásica y jazz. Le gustaba el jazz porque decía que era música auténtica, nacida de la necesidad de expresión y del sufrimiento de un pueblo oprimido por la esclavitud. Después, los blancos imitaron el jazz y lo destrozaron. Él, sólo escuchaba la música que compusieron e interpretaron músicos negros.

La vida de Eustaquia se había vuelto gris. Cada semana Emilio le llevaba una carta certificada. Al subir al último piso soplaba como una mula que arrastra un carro.
Así que, al llegar al piso Eustaquia le hacía entrar.

-Vaya Emilio, cada día te cuesta más subir la escalera
-Pues, sí, Eustaquia, cada día me cuesta más. Serán los años.
- Y la cartera amigo mío que cada día la llevas más llena. Pasa, siéntate y tomemos un café.
- Bueno, no puedo entretenerme mucho que tengo que acabar de repartir y hoy parece que todo el mundo ha escrito a este barrio.
-No seas exagerado, lo que pasa que el barrio es ya muy viejo, y aún se escriben cartas. Los jóvenes todo lo hacen por Internet.
-Pues, suerte de esto, si no… no aguantaría este trabajo.

Al ver a Emilio, la perrita le mueve la cola y salta a su regazo mientras está tomando el café.
-Hola Pimpín, vieja amiga, tu siempre a punto de saludarme ¿verdad?
-Siempre me da la sensación de ser bien recibido.
-Es más cariñosa que lo que fue mi ex mujer conmigo. Dice Emilio

- Que exagerado eres Emilio, tu mujer tenía otros intereses y no congeniasteis, ella hacia atletismo y tú poemas; aunque a tú manera haces atletismo con tu cartera, pero la verdad es que erais muy distintos y de aquí vinieron las diferencias.

- Sí, las diferencias se dejaron ver con la convivencia. Yo llegaba cansado de tanta cartera a la espalda, y ella con el deporte estaba activa siempre en forma, y se consideraba poco o mal atendida en la cama, porque siempre me dormía haciendo el amor, porqué estaba cansado.

- Este fue un problema grave- dice Eustaquia.
- Cierto, esto y otras cosas cotidianas de poca monta, que se hicieron irrespirables.
- Esta cartera cada día pesa más, y mi espalda se resiente, ya no estoy para estos trotes.

-¡Otros trotes te hacen falta Emilio! Dice Eustaquia tirándole los tejos y él sin enterarse.
- Me voy Eustaquia, tienes algún amigo muy fiel que te escribe todas las semanas…dile que con correo ordinario le saldría más barato.
- Es una antigua amiga mía que está tan sola como yo. Dice Eustaquia.
- Será por qué quieres Eustaquia.
-Siempre has tenido amigos a tu alrededor, pero estos últimos años ni se te ve por el barrio, estás sola por qué quieres.
-¿Qué te pasa?
- ¿Por qué no sales?
-Porqué no tengo con quién. Y tú sólo traes cartas.
-¿Y que quieres que traiga?
- ¡Tú verás¡ - Emilio.
-Me voy Eustaquia. Hasta la próxima carta

-Hasta la vista, le responde

Emilio baja la escalera poco a poco, se resiente de las rodillas, y su espalda cargada se encorva por el peso de la cartera, baja poco a poco hasta llegar a la puerta, y desde abajo el portal grita su último adiós de aquella semana.
- Adiós Eustaquia hasta la próxima.
- Adiós Emilio, cuídate la espalda.

A Eustaquia le gustaba Emilio, de siempre, pero la vida siempre nos dice lo que debemos o no debemos hacer. Los caminos se diferenciaron y fueron distintos y cada uno encontró su pareja, y después se quedó sin ella.

Vamos “Pimpín”, vamos a hacer la cama. Pimpín obediente sigue a su dueña hasta la habitación. Eustaquia cierra la ventana, después de ventilar la habitación y hacer la cama. La perrita salta encima de la cama y se tiende estirada como la esfinge del faraón esperando que dueña le diga alguna cosa.

¡Pimpín! Que la cama no es para que tú duermas, baja de ella. Pero la perrita no le hace ni caso y menea la cola.
-¡Que graciosa eres¡ Hummm, mi perrita, mi fiel amiga ¡guapa!
Puede que tengas razón yo también me estiraré un ratito.
Este Emilio… no se que hacer para que me haga caso…
Se tiende encima la cama y la perrita le lame la cara.
Estate quieta, para ya. Duerme aquí a mi lado. Va tiéndete.

La habitación está caldeada por el sol que entra por la zona sur, no le hace falta calefacción en invierno hasta entrada la noche.
Eustaquia se pone la bata y se acomoda con los almohadones sobre la cama, conecta la radio con la música que siempre la hace dormir; antes lo hacía con una novela de Tolstoi y tenía un resultado más rápido. La perrita se pone a su lado y vuelve a lamerle la cara.
-Vamos, vamos Pimpín, estate quieta, ya te presentaré a un perrito cuando salgamos al parque, la vecina de la calle del parque tienen otro Chihuahua, seguro que haréis migas.

Mientras, Eustaquia va pensando en Emilio dándole vueltas a las ideas y a las posibilidades de conectar más con él. Lo de las cartas va bien, pero debería inventar-se otra cosa diferente o bien hacer varias cosas diferentes para coincidir con él. (Eustaquia se auto-escribía cartas certificadas para que su amigo el cartero le llevase las cartas a su casa. Se escribía cada semana con el solo afán de tener compañía y de compartir sus inquietudes en total confianza. Pero Emilio no se percataba.)

Eustaquia se levanta y se va a la cocina, bebe un vaso de agua y la perrita le sigue y la imita, bebe también. La nevera está repleta, es viernes tarde, y se da cuenta que tiene mermelada de albaricoque y se hace unas rebanadas de pan de molde que se lleva a la habitación para comerlo con la máxima comodidad estirada o reclinada en la cama, rodeada de almohadones como si fuera una sultana.
La perrita, le lame los dedos de mermelada, al mismo tiempo le mueve la cola expresándole que está contenta y quiere más mermelada.
Eustaquia le viene a la mente un pensamiento de placer con la gastronomía pastelera. Se acomoda, medio incorporada, todo el cuerpo desnudo cubierto por un camisón de entretiempo casi transparente.
Se va comiendo la mermelada hasta llegar a la última rebanada, pero ésta la quiere compartir con la perrita su fiel compañera. Así que, reclinada con las piernas horcajadas, le va comentando a la perrita:
-¿Pimpín, tú me entiendes verdad?
¿Sabes porqué no me hace caso Emilio?
- Si siempre hemos estado juntos… nos hemos hecho compañía, somos viejos amigos.
¡Ah, si pudieras hablar! seguro que me lo dirías.
-Esos hombres, ensimismados, unos en el fútbol, otro con la TV, otros con la informática… y yo aquí aburrida y sin ánimos de afrontar sola la vida.

-Vaya vida la mía.
Ven Pimpín, ¿quieres un poco de mermelada?
La perra se la mira, y ladea la cabecita mientras la mira fijamente.
Sí que quieres ¿verdad?
¿Quieres mermelada como la que tengo en el dedo?
La perrita le huele el dedo y rápidamente se lo deja reluciente con la lengua.
-¿Te ha gustado verdad?
- ¡Ven! Come mermelada. Ven Pimpín .
Se arremanga la camisa de dormir y se unta de mermelada el valle que tantos años ha estado sombrío, y deja que en el valle y sus sensible rincones queden llenos del dulce néctar de mermelada de albaricoque, hasta los frondosos matorrales y el monte de la diosa.
¡Ven Pimpín, ven!
- Entra en esta cabaña de camisón, comparte la dulce mermelada, que es rica y afrodisíaca para mí, para ti será una nueva golosina.

¡Vaaa, ven, entra! Le empuja por detrás, pero acaba tomándola con las manos y la dirige al punto de recreo y entre las piernas desnudas y horcajadas.

La perrita, huele el manjar, y su lengua recorre todo el valle, los rincones, el matorral azabache, ahora con alegría, donde se oyen cánticos como si las sirenas surcasen los mares y los montes de la diosa. Donde la dama que recibe el servicio le ha hecho volver la sonrisa, hasta que llega el punto que cierra los ojos y dice a su fiel amiguita, sigue, sigue, ahora te pongo más mermelada, sigue, sáciate, que no es manjar de todos los días, aprovéchate ¡un día es un día¡ mientras, acaba la mermelada de la última rebanada de pan y lo unta en su valle.

La perrita se relame el hocico y la lengua sigue lamiendo con la nueva ración que le va imponiendo su dueña, hasta dejarlo como “los chorros del oro”.
Se prolonga durante unos minutos más hasta que Eustaquia cierra los ojos y abre los labios superior e inferior haciendo una exclamación, de ahhh, ahhh, uff, ¡queee bieeen!.

Qué bien me has servido amiguita. Te mereces un premio. Esta noche te daré las croquetas que tanto te gustan.

Por lo menos tú, estás conmigo y me ayudas a soportar los momentos débiles de mi soledad. Porque hay hombres que aún poniéndoselo en bandeja no se enteran de nada. Mientras yo sufro y anhelo en silencio.

FIN